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viernes, 27 de agosto de 2010
Editorial El Nacional
Chávez en La Habana
¿Visita sorpresa?
D e repente la gente se entera de que el Presidente de la República se encuentra en La Habana. Nadie sabe si se trata de una escapadita rumbosa, de una visita médica o de una reunión de análisis de la aterradora última encuesta, con su padre putativo Fidel y su tan gracioso tío Raúl. Algunos, más imaginativos, dicen que la visita a Fidel no es más que una consulta con los babalaos de la isla. Todo es posible porque en Venezuela se ha destruido la norma de acudir al Parlamento a solicitar el permiso para los viajes presidenciales al exterior.
Según la prensa internacional, Chávez se reunió "con el líder de la revolución, Fidel Castro, y su hermano, el presidente Raúl, durante unas cinco horas". Es decir, que en ese pequeñísimo tiempo revisaron la marcha de los centenares de acuerdos que se han firmado a diestra y siniestra sin que los ciudadanos tengan la menor información de los disparates que los burócratas chavistas, que son unos ignorantes de siete suelas, han firmado en nombre de todos los venezolanos.
Como saben muy bien quienes han padecido al ya gagá líder cubano, éste seguramente consumió 4 horas y 45 minutos hablando de la guerra nuclear, y dispuso 15 minutos para los lamentos electorales de su hijo putativo. De esos 15 minutos y de una serie de llamadas telefónicas de Fidel dependerá el éxito electoral del PSUV en este septiembre negro para la corrupción rojo rojita.
Lo cierto es que el futuro de este gobierno está en las manos de un anciano que, a leguas, se nota intelectualmente disminuido y dependiente de sus ayudantes y asesores. De aquel Fidel de los años sesenta y setenta no queda ni la sombra. Hasta para caminar debe asirse de la mano de una joven, que a cada rato le pasa por la boca un kleenex para quitarle la baba. Esto es muy doloroso y retrata el panorama de una vida en decadencia.
Mientras esto ocurre y se monta la escena de opereta para complacer a Fidel, su hermano Raúl, que no es el Faro de Alejandría, sigue como un tanque soviético, lentísimo pero aplastando las miserias burocráticas del comunismo que en nada le ayudan a tener éxito como gobernante, algo que sólo concibió como un regalo póstumo a la muerte de su hermano.
Que se haya vuelto presidente de Cuba sin que su hermano bajara a los infiernos lo tiene desquiciado, porque es como gobernar con una momia a tus espaldas que, malignamente, habla y habla. Entre un Fidel que no está pero que es, y un Raúl que no logra ser el déspota en que imaginó convertirse a la muerte de su hermano, está el drama del futuro de Cuba. Y no es una frase de complacencia sino la comprobación de un ajedrez político en el que Raúl entrega, con extremada displicencia, pieza tras pieza a la oposición mientras dilata el final del juego. Insólitamente, la salud de Fidel decide el progreso de las iniciativas democráticas: a la muerte de Fidel, su sucesor querrá todo el poder del "ilustre" muerto para sí.
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