El Día Internacional de los Derechos Humanos, celebrado cada 10 de diciembre, es una fecha trascendental para reflexionar sobre los valores universales que sostienen la dignidad, la libertad y la igualdad de todos los seres humanos. Este día rememora la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, un documento que marcó un hito en la historia contemporánea al establecer principios fundamentales destinados a proteger a las personas contra abusos del poder y garantizar su desarrollo integral.
Por Elsa Muro
En el caso de Venezuela, es lamentable observar cómo ha transitado de ser un referente en el respeto y promoción de los derechos humanos a un ejemplo deplorable de su vulneración sistemática. Durante años, el país representó un modelo democrático que buscaba la consolidación de instituciones sólidas y una gobernanza orientada al bienestar colectivo. Este compromiso con los derechos humanos significó no solo el reconocimiento de los límites al ejercicio del poder público, sino también la implementación de mecanismos para supervisar su cumplimiento, promoviendo una cultura de respeto y responsabilidad tanto en el ámbito público como privado.
Sin embargo, la situación actual contrasta de manera drástica con este pasado. Venezuela enfrenta una profunda crisis en materia de derechos humanos, evidenciada por la proliferación de violaciones graves y sistemáticas: detenciones arbitrarias, torturas sofisticadas, desapariciones forzadas y la existencia de centros de detención que rememoran los peores episodios de autoritarismo en su historia. Lugares como El Helicoide, Boleíta y las instalaciones del DGCIM y SEBIN se han convertido en símbolos de represión y crueldad, evocando incluso las prácticas más sombrías de dictaduras anteriores, como las de Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez.
Aún más preocupante es la erosión del derecho al asilo, un ámbito en el que Venezuela fue históricamente un bastión de solidaridad y respeto. Su adhesión y defensa de instrumentos internacionales como la Convención de Ginebra de 1951 y las convenciones americanas de Caracas de 1954 han quedado en el pasado. Hoy, en contraste, el país se ha transformado en un violador grotesco de este derecho, abandonando su tradición de apoyo a quienes buscan refugio ante la persecución y el peligro.
En este Día Internacional de los Derechos Humanos, es imperativo no solo denunciar estas violaciones, sino también renovar el compromiso global con la defensa de la dignidad humana, exigiendo justicia y mecanismos de protección para quienes sufren bajo regímenes opresivos. Venezuela, como nación, debe recuperar su tradición de respeto y promoción de los derechos fundamentales, trabajando por un futuro donde la dignidad y la libertad sean nuevamente valores inalienables de su sociedad.
El contraste entre el pasado y el presente de Venezuela en materia de derechos humanos es dolorosamente evidente. Aquellos que alguna vez fueron baluartes en la defensa de la dignidad humana, quienes con su palabra, arte y acción política se erigieron como defensores de los derechos fundamentales, hoy han traicionado esos principios, transformándose en agentes activos o cómplices silenciosos de un sistema represivo.
El caso emblemático de figuras como Tarek William Saab, cuya pluma poética y compromiso con las causas sociales parecían inquebrantables, ilustra la degradación de ideales que alguna vez inspiraron luchas legítimas. La izquierda venezolana, otrora abanderada de la justicia social y los derechos humanos, ha perdido su esencia, convirtiéndose en una maquinaria totalitaria cuyo único propósito parece ser preservar el poder a cualquier costo, incluso a expensas de los valores que alguna vez defendió.
Hoy, esa izquierda que prometía reivindicar a los oprimidos ha devenido en un instrumento de persecución, represión y violación sistemática de los derechos humanos. En lugar de luchar por la libertad y la dignidad, se ha dedicado a implementar políticas que sofocan la disidencia y perpetúan el sufrimiento de un pueblo sometido. Venezuela, que alguna vez fue un ejemplo de democracia y solidaridad, ahora ostenta un triste récord de violaciones en todos los ámbitos: detenciones arbitrarias, censura a periodistas, represión a estudiantes, precarización de los trabajadores, abandono de los ancianos y el silenciamiento de cualquier voz crítica.
No hay nada que celebrar en este Día Internacional de los Derechos Humanos en el contexto venezolano. Por el contrario, hay mucho que denunciar. Es imprescindible alzar la voz frente a las atrocidades cometidas y no permitir que el silencio o la indiferencia se conviertan en cómplices de esta realidad. Venezuela merece un futuro en el que la dignidad humana sea restaurada, en el que las instituciones respeten y protejan los derechos de todos, y en el que la palabra “justicia” recupere su verdadero significado. Mientras tanto, la tarea de quienes creen en los derechos humanos es clara: no cesar en la denuncia ni en la lucha por la restauración de esos principios universales.
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